Ojos de niño
Empezar cualquier jornada de aprendizaje con la mentalidad de un principiante nos permite recordar cuando éramos niños y que había tantas cosas nuevas por aprender que nos provocaban preguntar tanto y tan seguido; nos permite hacer preguntas simples y eliminar ideas preconcebidas sobre el tema y sobre las limitaciones a nuestra creatividad.
Un principiante con sangre en las venas, con el deseo de aventurarse a lo desconocido, es como un niño que por primera vez ve un elefante, un tiburón, una jirafa, el mar, una hormiga, un pájaro volando y otro aterrizando; cuya curiosidad lo llevan a contemplarlos lo más cerca posible y cuya imaginación lo llevan a inventar un elefante con dientes de tiburón, una jirafa voladora o una hormiga con pico.
Recordar las emociones de la infancia disparadas por todas esas cosas que experimentamos por primera vez, tiene mucho que ver con la creatividad, pues siendo niños, aún como principiantes en el camino de la vida y sin entender la esencia misma de la creatividad, éramos inmensamente creativos. Pero en el proceso de crecer lo olvidamos pues fuimos a la escuela, nos adaptamos a la sociedad, a sus reglas, escuchamos la palabra no miles o quizá millones de veces, dibujamos sin salirnos de la raya y en lugar de seguir imaginando historias nos conformamos con ver lo que otros imaginaban en la tele o el cine, nos convertimos en usuarios, consumidores y en consecuencia muchos de nosotros dejamos de ser creadores.
En ese proceso de crecer y adaptarnos a la sociedad, ganamos aceptación pero perdimos originalidad, olvidamos que la curiosidad y la imaginación son ejercicios personales de creatividad que es fundamental para la innovación. Y hoy más que nunca eso que dejamos en el camino, lo necesitamos con urgencia, que es la capacidad de observar al mundo sorprendidos, imaginando nuevas y mejores formas de crear, de encontrar soluciones a los problemas cada vez mas complejos a los que nos enfrentamos en el Siglo XXI.
Empecemos esta jornada recordando cuando éramos principiantes en el camino de la vida, intentemos al menos por una semana o un día o una hora o mínimo un minuto, bajar nuestra altura al nivel de los ojos de un niño, observemos desde ahí el panorama, para con ello sentir de nuevo el impulso por hacer miles de preguntas impulsadas por la simple y poderosa curiosidad de la infancia. Usemos esa curiosidad para impulsar la imaginación y creemos un mundo mejor, innovando lo que vimos desde la altura de los ojos de un niño.
Códice Moncam