Todos los días hay que ponerle pausa a la vida para dejar que las cosas sucedan sin que nosotros estemos actuando sobre ellas. Lo hacemos inconscientemente cuando dormimos y lo podemos hacer despiertos de manera deliberada. No siempre tenemos que estar pensando, haciendo algo o entretenidos con algo.
Estar descansando del frenesí de la vida es como estar flotando en un lago tranquilo dejando que el agua nos sostenga sin que tengamos que hacer mayor esfuerzo para no hundirnos. No es fácil dejarse llevar, ver las cosas pasar, dejar de pensar y solo respirar.
Cuando no intervenimos, cuando no afectamos de ninguna manera nuestro entorno ni siquiera como espectadores ni observadores, nos diluimos con el ambiente. Es como si por unos momentos dejáramos de existir y la vida siguiera.
No somos tan importantes como queremos creer, somos solo una persona más. Pero cuando despertamos o regresamos a la vida, nuestra importancia toma toda su relevancia, al menos para las personas que nos quieren o con las que convivimos.
Nuestra importancia se alimenta de nuestras relaciones, de nuestra creatividad, de nuestro arte, de nuestro trabajo, de lo que aportamos y de lo que no estorbamos.
El dejar ser a los demás también es parte de hacernos a un lado de vez en cuando sobre todo cuando nos ha tocado ser guía de personas más jóvenes como nuestros hijos, compañeros de trabajo a los que guiamos o alumnos a los que nos toca educar.
Es bueno que el mundo descanse de vez en cuando de nosotros y también que nosotros descansemos del mundo. No se trata de huir de nada, al contrario, es subirse a una montaña por arriba de las nubes de la realidad para dejar que esta continúe sin nosotros y luego que meditamos un tiempo bajamos corriendo para incrustarnos con más fuerza a ella.
Códice Moncam